viernes, 28 de noviembre de 2008

Parque Nacional Manuel Antonio







Para aprovechar las mañanas soleadas, nos seguimos levantando con las primeras luces del día ya que las tardes acaban inexorablemente con fuertes lluvias. Para estar cerca del parque, decidimos alojarnos muy cerca, en la misma playa, aunque los bungallows donde nos hospedamos no han sido el mejor acierto. Son húmedos, mal cuidados, ruidosos, los propietarios son unos borrachos que van de buen rollo pero que no cuidan las cabinas... Para colmo, esta mañana, nos quedamos encerrados, se rompió la llave dentro del candado y tuvimos que pegar voces para que nos vinieran a ¨rescatar¨... En fin, el día no parecía empezar muy bien.
El ambientillo de la zona de hoteles y bungallows cercanos al parque no nos entusiasma, está todo enfocado a un turismo de masas y es algo carillo. Por las noches la gente bebe, se droga, los ¨buscavidas¨ te persiguen, sin embargo, es posible comer bastante bien.
Todo cambia apenas cruzar la línea que separa la zona de hoteles con el Parque Nacional Manuel Antonio, si bien está mucho más explotado y visitado que el de Corcovado, es muy hermoso. En comparación con otros, es muy pequeño, son unas cuantas hectáreas de bosque que rodean unas playas y unas bahías de arena blanca. Tiene unas vistas maravillosas sobre la costa y el Pacífico y es muy fácil ver un montón de animales. Es el hogar de los perezosos y pudimos acercarnos a uno que dormía en una almendro de grandes hojas en la misma playa. Descansaba plácidamente y se movía con lentitud para cambiar de posición. Pasear por Manuel Antonio es como estar en una postal, los monos titi saltan de cocotero en cocotero, y las playas son intactas, pristinas y luminosas. Nos habíamos llevado unos plátanos para comer durante el paseo, pero mientras nos bañábamos, unos mapaches nos abrieron la mochila y se llevaron su botín. Por fin pudimos ver el mono negro cuyos rugidos nos acompañan desde hace una semana pero que no habíamos conseguido observar. La verdad es que es muy agradable darse un paseo por este parque, es mucho más relajado que la jungla profunda, un zoo sin rejas.
No vamos a quedarnos mucho más por aquí, mañana reemprendemos la marcha hacia la Península de Nicoya, un poco más al norte, esperando toparnos con el ¨verano¨ costarricense, la época seca que está tardando en hacerse notar.






























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jueves, 27 de noviembre de 2008

Bahía Drake












A vuelo de papagayo, Bahía Drake queda muy cerca de Puerto Jiménez, en la otra parte de la Península de Osa, pero no hay carreteras que cruzan el istmo, el Parque separa ambas orillas y llegar en transporte público toma su tiempo. Poca gente hace esta ruta y por suerte nos encontramos con dos mujeres canadienses y pudimos compartir un 4x4 la mitad del trayecto.
Llegamos a Drake, una aldea frente a una bahía. Encontramos una bonita cabaña en lo alto de la colina con vistas al mar. Prácticamente solos en este lugar, nos desperataban los pájaros, un colibri rovoloteaba en el jardín de flor en flor y pasamos dos días tranquilos. El tiempo es muy húmedo, las mañanas son claras, se puede llegar a ver el sol, pero las tardes son lluviosas y caen unos chaparrones impresionantes. Toda la costa del Caribe está actualmente inundadas y no paran de llegar noticias de evacuaciones y damnificados y se ve que las lluvias que llegan a la costa pacífica, donde estamos, son los restos de aquella borrasca, aun así, nos hemos bañado todos los días, hace mucho calor y hemos podido dar bonitos paseos.
Hay un camino que bordea la jungla que parte de Bahía Drake hacia unas playas apartadas a las que solo se puede llegar a pie o en lancha. En la Península de Osa, se ha primado la conservación de los lugares más hermosos frente a la especulación. La mayoría de los sitios están protegidos, no llegan las carreteras, no se puede comprar una sola Coca Cola a menos de 3 horas caminando de las playas más bonitas, los hoteles se meten en el interior del bosque o se concentran en una sola aldea, las carreteras no están asfaltadas. No es un lugar fácil, pero el contacto con una naturaleza intacta, pura a cien por cien compensa el esfuerzo.
En el pueblo de Bahía Drake, tan solo hay un par de restaurantes, dos tiendas con lo imprescindible y muchísima paz. Los aldeanos van y vienen del bosque, se mueven en lancha hacia Sierpes donde llegan la carretera que los une con el resto del país.
Para salir de esta región, cogimos esta lancha que remonta un río entre manglares y humedales. Es un trayecto precioso que se hace, como todo aquí, muy temprano. Durante la travesía hemos visto lo que andábamos buscando sin éxito desde hace que llegamos, un oso perezoso colgado de un árbol. Son muy difíciles de observar ya que se mimetizan con el entorno, parecen nidos de termitas colgando de las ramas, se mueven con extrema lentitud para que sus depredadores no les detecten.
Hoy hemos remontado bastante hacia la mitad del país, acabamos de llegar al Parque Nacional de Manuel Antonio, también en la costa. Nos hemos quedado sorprendidos de las malas conexiones e infrastructuras que unen las diferentes zonas del país. Para realizar los últimos 45 kms antes de Manuel Antonio, entre las plantaciones de palma, tardamos unas 3 horas, por una carretera sin asfaltar y que es la única que recorre esta parte de la costa.
A diferencia de la Península de Osa, esta zona es mucho más turística, una gran playa con surfistas, chiringuitos, hotelitos, restaurantes. Es la puerta de entrada a un Parque Nacional al que vamos para descubrir sus famosas playas.










lunes, 24 de noviembre de 2008

Parque Nacional Corcovado






Lo que parecía ser una simple excursión a un Parque Nacional resultó ser una de las experiencias más fuertes de todos nuestros viajes. Ayer domingo, a las 5h15 de la mañana, quedamos con nuestro guía en Puerto Jiménez para coger un "colectivo" hacia Calate, una de las puertas de entrada del Parque Nacional Corcovado. Nos subimos a un camión todoterreno que usan de transporte colectivo con otros viajeros, tras dos largas horas cruzando toda la campiña llegamos al final de la carretera con una lluvia que se hacía cada vez más intensa. Poco preparados, apenas con algo de ropa de recambio, comida en latas para dos días, las valiosísimas antorchas de mano que nos regaló Lidia en Madrid, emprendimos la marcha mirando al cielo y luchando contra el chaparrón que nos caía encima. Hacía calor y mucha humedad, bordeamos la costa, una playa infinita de arenas grises, el Pacífico rugía y una impenetrable cortina de vegetación nos separaba cada vez más del mundo conocido. Mientras andábamos, la nube se retiró hacia el océano y el día se puso soleado y más claro. A merced de las mareas, que son muy intensas en esta parte de la costa, llegamos a la primera estación del parque. Tuvimos que esperar un buen rato con los guardas forestales y el guía. Aprovechamos lo que parecía iba a ser un excelente día de sol para bañarnos, estábamos sólos, apenas pasaron unos cuantos senderistas... Cuando la marea empezó a bajar, nos adentramos en el bosque pero la lluvia volvió aún más fuerte. Sin poder volver atrás, seguimos la marcha con todavía las pilas cargadas. Entrábamos y salíamos del bosque, pasando por bahía, ensenadas, cruzando ríos, totalmente mojados. Poco a poco, empezamos a ver algunos animales, el sol volvía a salir, estábamos cada vez más lejos, totalmente en manos del guía que nos intentaba tranquilizar con sus consejos y sus explicaciones. Después de hacer una parada para comer, seguimos la caminata horas y horas entre senderos, ruidos de selva y una poderosa y densa vegetación. Tras unos veinte kilómetros entre paisajes primigenios, en medio de una naturaleza intacta y salvaje, empezó a caer nuevamente una lluvia aún más fuerte e intensa. Se mojaron todas nuestras cosas, estábamos empapados hasta los huesos, chorreando sudor... Entre el verde más verde de los árboles goteando, el bosque exhalaba nubes de vapor, la humedad se hizo extrema... No podíamos abandonar, teníamos que seguir, de desistir nos hubiéramos tenido tiempo de volver a la estación ni al pueblo antes de la noche, además la marea empezaba a subir por lo que no había vuelta atrás. Al final del día, casi anocheciendo llegamos al refugio en medio del bosque. Totalmente mojados, sin una solo toalla, temíamos lo peor, ponernos malos o tener que dormir con ropa húmeda... y además en un tienda de camping... ¡Horror!
El refugio es una gran construcción abierta al bosque, con grandes tejados y perfectamente preparado. Las tiendas no se montan en el suelo sino sobre pilotes, sobre un suleo de madera barnizada, con baños, y buenas tiendas y sitios para secar la ropa. En medio del cahaparrón, guardamos un par de camisetas en una bolsa de plástico que resultaron protefidas. Junto con unas bufandas que no se mojaron nos hicimos unos pareos, colgamos la ropa a conciencia y el calor era tal que nos secamos en pocos minutos. De la selva venían ruidos inquietantes, gritos de lucha, de monos devorados por pumas, aullidos desde lo más profundo de la espesura, nos acostamos aturdidos y reventados por el cansancio de un día terrible de marcha interminable.
A las cuatro de la mañana, nos depertó el guía para ver el amenecer y empezar nuevamente la marcha. La lluvia parecía haber cesado y una nube de vapor subía de los árboles. Después de un frugal desayuno, salimos con medio a volver a pasar un día como el anterior, pero sin carreteras ni otra posibilidad que ir caminando, no nos quedaba otra posibilidad que arrancar la marcha temprano. Las nubes eran altas y se iban hacia el océano, a las 6h de la mañana dejó de llover y amaneció y día soleado y caluroso. Apenas salir del refugio, seguimos los pasos de un tapir que encontramos durmiendo entre matorrales, un mono titi nos observaba desde lo alto de una palmera, los pájaros iban y venían, y con las primera luces de la mañana la selva se hizo de esmeralda, ¡brillaba! En las copas de los árboles se balanceaban los monos arañas, en silencio, extasiados y excitados, caminábamos alertas descubriendo cada vez más animales : pelicanes sobrevolando las bahías, un oso mielero seguía el rastro de las termitas sobre un tronco sin perartarse que les estábamos observando, los monos capuchinos saltaban de rama en rama. Seguimos un buen rato el rastro de un puma, pero solo pudimos ver sus huellas en la arena, sospechamos que era él quien nos observaba. Papagayos, un tucán, ticones, mapaches y lagartos, el infierno húmedo del día anterior se convirtió en un paraíso, con el sol, los animales salían a comer y hacer sus cosas.
Exhaustos, y tras caminar los 25 kilómetros de vuelta, llegamos de nuevo a Carate para volver a Puerto Jiménez habiendo vivido una experiencia física dura pero con la que disfrutamos con los cinco sentidos.
(Panamá queda descartado, demasiadas lluvias en el Caribe, nos quedamos por el Pacífico sur en Costa Rica)





sábado, 22 de noviembre de 2008

San Jose - Golfito - Puerto Jimenez (Peninsula de Osa)





¡PURA VIDA!
Llegar a San José de Costa Rica después de un palizón de viaje como nos hemos pegado resulta algo desconcertante. Esto no es Colombia, Costa Rica es un país sin ejercito y se nota. Los trámites de inmigración son sencillos y rápidos, San José es una capital pequeña y se respira otro ambiente mucho más relajado, pero cuando llegamos anoche, una oscura nube plomiza se abatió sobre la ciudad. Hacía frío y no pudimos deshacernos del plumas y de la bufanda. Cansados, la misma nube oscura que cubría los cielos se abatió con aún más fuerza sobre nuestro ánimo. ¿Qué hacemos aquí? pensabamos... Con un vuelo previsto al alba sin saber muy bien dónde llegaríamos, nos metimos en internet para ver el mapa del tiempo : desolador. Nos anunciaban depresiones a escala de un continente, tanto las costas pacíficas como caribeñas se dibujaban bajo tormentas de lluvias para al menos los diez días próximos. De bajón, nos fuimos a cenar por las calles casi desiertas de San José bajo un chaparrón continuo. En la pensión donde nos alojamos (Backpackers Costa Rica : normalita y algo carilla para lo que es), nos ayudaron a diseñar una ruta apróximada para los días siguientes. Pusimos el reloj a las 3:45 de la madrugada, pues teníamos que coger un vuelo a las 6:00.
Al amanecer soplaba un aire algo más cálido que por la noche que parecía disipar tanto las nubes que pasaban sobre el país como las que resonaron en nuestra cabeza. Llegamos a un aeropuerto donde sólo opera la compañía Nature Air con una flota de avionetas de hélices. Casi los primeros, despegamos con las primeras luces del día. Fue un experiencia que nunca olvidaremos. Es algo que no se debe de hacer en Costa Rica. Por unos 35 euros, subes a una avioneta de 15 pasajeros, con ventanas panóramica y vuelas entre las nubes, las montañas, entre los dos mares divisando todo el paisaje y el cielo a 360|°. En unos 50 minutos, llegamos a Golfito.
Golfito es un minúsculo puerto franco, muy cerca de la frontera panameña, a orillas del Golfo Dulce y enfrente de la Península de Osa, una de la regiones más remotas y mejor preservadas de Costa Rica. Entre montes cubiertos de selvas primarias, bosques nubosos, Golfito aparece como un diminuto punto de civilización en medio de una naturaleza virgen. Bajamos de la avioneta, aún vestidos de invierno y sentimos como nos golpeaba un penetrante y espeso calor húmedo. Nos miramos pensando que por fin lo habíamos conseguido, había merecido la pena.
De Golfito nos embarcamos en una lancha que cruzó las tranquilas aguas de la bahía hacia Puerto Jímenez, en la Penínisula de Osa.
Puerto Jiménez es un pueblo encantador que hace entrada al Parque Nacional Corcovado, uno de los parajes, según National Geographic, con más biodiversidad del planeta. Sus calles son tranquilas, de tierra, con tiendas de todo tipo, pulperías, tasquitas, sodas y alcoholerías. Todo el pueblo está como metido dentro de un jardín, con papagayos multicoles que vienen a comer a los árboles frutales, caimanes esperando inmóviles a zamparse una de las garzas blancas que anidan en los manglares, una playa de arena negra volcánica con un mar calmo de color plata donde ya nos hemos dado unos ricos chapuzones...
En este remoto lugar, hay muy poquito turismo y es muy sencillo encontrar una "cabina" (bungallow) agradable donde alojarse con agua caliente, un buen ventilador y en medio del pueblo (para quien quiera venir hasta aquí --> Cabinas Marcelina, en la Calle de los Comercios). Además de pasear y disfrutar del mar, nos dedicamos a organizar los próximos días. Gracias a una agencia de viaje local (ToucanTravel--> también en la Calle de los comercios) y su sabios consejos, vamos mañana de excurisón durante dos días por el Parque Corcovado para observar la flora y la fauna con un guía experimentado. Dormiremos en una tienda de campaña y según lo que hemos oido y leido, puede ser una experiencia muy interesante. Además, si el clima sigue tan bien como está ahora, a pesar de las predicciones, iremos a Panamá dando un bucle volviendo a Costa Rica por el Caribe... No queremos adelantarnos todavía pero esto parece un plan estupendo. Por de pronto, tras ver el Parque Corcovado, iremos a Bahía Drake, una playa a orillas del Pacífico.
"Pura Vida" es el saludo tico (costaricense) ...








viernes, 21 de noviembre de 2008

Santa Fe de Bogotá


Este año, al no tener tantos días para viajar como otros años, decidimos irnos un par de semanas donde nos llevara la web. Teníamos ganas de buen tiempo y naturaleza y centroamérica parecía un buen destino. Si bien en un principio nos tiraba más Panamá, compramos finalmente un billete baratísimo con Avianca en agosto, por unos 470 euros y aquí nos tenéis, escribiendo el blog en el aeropuerto de Bogotá, haciendo una extraña escala en Bogotá, esperando el vuelo para San José de Costa Rica.
Tenemos más o menos en mente una ruta y mañana cogeremos una avioneta para Golfito, una localidad al sur de Costa Rica. Nunca habíamos oído hablar de esta ciudad, tan solo aparecen unas reseñas en las guías turísticas. 24h horas antes de partir de Madrid, nos sorprendió la noticia de un terremoto justo a 45 kms de la Península de Osa, de 6,5 grados en la escala de richter, justamente en Golfito. Según las últimas noticias, no ha pasado nada, apenas unos destrozos, mañana, si todo va bien, llegaremos allí.
Volar con Avianca a Latinoamérica sale baratísimo, pero hay que aguantar unas diez horas duras desde Madrid a Bogotá, con retrasos, unos asientos duros, un avión abarrotado... Para hacer el tránsito hasta San José, hay que dormir en Bogotá, buscarse un hotel, pasar decenas de controles, aparecer en medio de una de la ciudades con peor fama del mundo, sentirse como en medio de un estado de sitio con el ejército por las calles, vencer la paranoia de que te van a robar etc. ¡AGOTADOR!
Bogotá está en el trópico, pero como se sitúa a unos 2800 metros de altitud, hace más bien fresquito, una espesa niebla lame los edificios, hay mucha humedad y un ambiente muy extraño, poca gente por la calle, un tráfico denso por calles destrozadas, mucha oscuridad... La radio habla de Patría, de inseguridad, de la "inquebrantable voluntad del noble pueblo colombiano" de salir adelante, se respira una tensa realidad ... Quisimos ir a dar una vuelta por el centro esta mañana, pero estaba tomado por una concentración de Indios indígenas por lo que nos tuvimos que quedar en el hotel viendo los ciento y un canales de telenovelas, teletienda y noticiarios que te cuentan irrupciones de volcanes, asesinatos, secuestros de niñas y narcos detenidos... Aún así y aunque parezca horrible lo que estamos describiendo, estar aquí de repente, de tránsito, de escala entre Madrid y el mar, tiene un punto casi literario y hacemos todo a pasos muy pausados, viendo pasar esta corta etapa santaferreña tomando café, diseñando rutas y escuchando el bonito hablar de los colombianos.